Junio de 2025
El transporte por ferrocarril se ha modernizado a pasos agigantados, entrando de lleno en la era digital, hasta el punto de estar en vías de desaparición el billete físico. Nos estamos acostumbrando a presentar un billete “virtual” en nuestro teléfono móvil que es validado mediante un lector de código de barras, o que incluso llevando nuestro billete impreso el método de cancelación es su lectura mediante un dispositivo que lee ese código que lo identifica.
Y es que, con esa modernización, además de desaparecer ese trozo de cartón que identifica toda la información relativa a nuestro viaje, también se lleva con él otros elementos característicos de ese ferrocarril que ya es historia.
Nos referimos al obliterador, ese elemento de nombre tan extraño y que proporcionaba un sonido característico al taladrar el cartón del billete durante la acción del revisor de cancelar el título de transporte.
En el diccionario de la RAE encontramos como definición de obliterador : herramienta de obliterar, es decir que anula, tacha, cancela, borra ...
Esta tenacilla, alicate cancelador, perforadora de billetes, u obliterador, herramienta usada por el interventor/revisor del tren (o de otros medios de transporte, porque ha sido ampliamente usada en autobuses, tranvías, metro, ... incluso en espectáculos.) permitía anular el billete, de forma que ya no podía ser usado de nuevo.
Pero ¿ cuando se hizo necesario el uso de esta herramienta ?
En el inicio de los transportes comunitarios, el titulo de transporte no era el billete tal y como lo conocemos, una tarjeta de cartulina con los datos de nuestro viaje impresos, e incluso con el anagrama o logotipo de la empresa que nos proporciona el servicio.
En el origen del transporte, el titulo de viaje era una ficha o token, que se compraba por anticipado, y que el agente que hacía la inspección a los viajeros retiraba en el momento de verificar que todos los viajeros disponían de su ticket. No existiendo título de transporte, este no se podía reutilizar.
Pero el viajero podía aducir su pérdida, siendo apoyado por el resto de los viajeros que lo vieron comprarlo. De esta forma, el viajero avispado podía disponer de un token para un futuro viaje.
También podía ocurrir que en un viaje determinado se presentaran muchos viajeros con su “billete” adquirido en días anteriores, no disponiéndose de suficiente sitio para acomodarlos a todos (estamos hablando de la época de las diligencias y similares, en donde el numero de plazas era muy limitado). Como este problema se presentaba mas habitualmente en los viajeros de tercera clase, los tokens iban numerados, dejando pasar a tantos viajeros como tuvieran plaza, pero por el orden de su token.
Se presentaba el problema de un servicio con varios orígenes y/o destinos, en donde controlar que los tokens reflejaran las características del viaje se complicaba.
Todas estas desventajas fueron analizadas por Thomas Edmondson, jefe de estación en Milton (actual Brampton), en el ferrocarril de Newcastle y Carlisle.
Edmondson vio las desventajas de los sistemas existentes de emisión de billetes. Ideó un pequeño bloque de madera, donde se imprimían el nombre y la clase de los billetes más emitidos. Entintando este bloque, lo golpeaba con un mazo sobre una tira de cartón. Posteriormente numeraba cada billete, lo recortaba de la tira de cartón y lo guardaba en una caja dejándolo listo para su emisión. Mas tarde ideó una máquina fechadora de billetes, que consistía en una prensa con dos mordazas, una de las cuales alojaba el tipo de fecha, entintado.
La idea fructificó, y se popularizó el uso de estos billetes de cartón, que fueron denominados Edmonson en honor a su diseñador.
El sistema fue perfeccionado y en una imprenta se pre-imprimen los billetes, conteniendo el punto de origen del viaje, el de destino, y datos mas accesorios como el logotipo de la empresa que provee el servicio, la clase que se debe usar (en algunos casos como en España, la clase del billete va definida en el color del cartón, siendo de color amarillo los de primera clase, verde los de segunda clase, y de color siena para los de tercera clase), etc...
Con el billete preimpreso, solo queda estampar la fecha del viaje, fecha que se grabará en el billete mediante un golpe. El elemento o prensa con el que se realizará esta impresión se denomina compostor. Con todos estos datos, el viajero tiene perfectamente identificadas las características de su viaje ante el revisor que verifique si esta recibiendo el servicio por el que ha pagado.
Pero si este billete no se anula, puede ser usado para un viaje idéntico, si bien ya en el mismo día al llevar la fecha impresa. Estos primeros billetes debían de ser de cartón, donde mediante golpeo quedase estampada la fecha del viaje.
Es aquí donde nace la necesidad de obliterar o “cancelar” este título de transporte. Al ser de cartón es difícil romperlo, y aun roto existe la picaresca de indicar que ha sido un revisor anterior el que lo ha roto.
Para evitar estos inconvenientes se dota al personal de intervención de un alicate que permita marcar el billete de forma que se anule y no pueda ser usado de nuevo. Así es como nace el obliterador.
Esta tenaza debe ser robusta ya que tendrá un uso intensivo, y debe disponer de una cuchilla que facilite traspasar y cortar el cartón.
Los primeros elementos de este tipo que se conocen son fabricados en Estados Unidos a finales del siglo XIX, usando como base acero, el cual recibe un baño de níquel para preservarlo del oxido y para darle un mejor aspecto (pulido, bruñido). Rápidamente se estandariza en todo el transporte, no solo en el ferroviario, usándose en los tranvías, ómnibus, transporte marítimo de cercanía, etc …
Numerosas empresas dedicadas a la fundición de pequeñas herramientas inundaron el mercado de estos elementos. Así podemos ver un anuncio de uno de estos fabricantes mostrando su producto en 1902.
Al realizar la perforación en el cartón del billete, el trozo recortado cae al suelo, generando suciedad que obliga a una esmerada limpieza de tan diminutos elementos.
Unos fabricantes presentan herramientas que disponen de un pequeño deposito que recoge los recortes para poder liberarlos en una papelera, mientras que otros hacen que la cuchilla no corte todo el perfil sobre el billete, quedando este anulado (taladrado) pero con el recorte unido al billete por una fina tira de cartón sin taladrar, evitando esta caída al suelo, y a la vez el engorro de vaciar el pequeño depósito del alicate si lo tuviera.
Han existido modelos con contador de billetes taladrados, que incrementa el valor reflejado a cada anulación de billete. Este tipo de alicate dispone de un botón que permite poner a cero este contador.
Por último, entre las rarezas vistas dentro de este tipo de herramientas profesionales, también existió una tenaza con campana, que avisaba al pasaje de la proximidad del agente de intervención, previniéndoles de la búsqueda de sus títulos de transporte, sin que fuera necesario que se los solicitasen.
En el ejemplo adjunto se unen todas estas cualidades: dispone de un deposito para recoger los recortes, esta dotado de campana, y se complementa con el dispositivo contador.
En la actualidad, con las herramientas informáticas puestas al alcance de los interventores, esta ha caído en la obsolescencia. Y es que la posibilidad de validar billetes sencillos, abonos de transporte, tarjetas que engloben varios medios de transporte, etc.. y que además el mismo dispositivo pueda ofrecer otras funcionalidades como asientos vacíos, horarios de trenes, otra información que pueda requerir el viajero, … han dado de lado al pequeño alicate obliterador, que ya solo será visible en los museos, en alguna colección particular o en los recorridos realizados con vehículos de transporte históricos, en donde la dramatización de las funciones del personal de intervención, hará que este elemento este presente como participante en la historia del ferrocarril.